LOS DIEZ CUADROS DEL BOYERO

El Camino del Zen


"Los diez cuadros del boyero", obra de Kakuan Zenji -maestro chino del siglo XII-, representan de una manera encantadora el camino del zen. En ellos aparece un hombre en busca del buey, símbolo de la naturaleza propia.
 
Cada imagen, cada poema, representa una etapa del camino hacia el despertar, hacia ese caer en la cuenta de lo que verdaderamente somos. 
 
Parte pues el hombre de una insatisfacción existencial, una necesidad de algo indefinible que le hace comenzar la búsqueda. 

Posteriormente escucha hablar de uno u otro camino y decide emprender la marcha. 
 
Más adelante en el caminar, se produce un momento de ver; pero normalmente es sólo un atisbo: se necesita toda una vida de "atar corto al buey" para que éste se haga manso y la naturaleza profunda ilumine los sentidos y la vida cotidiana. 
 
Finalmente, el hombre transformado renace y se mueve entre sus semejantes (en el mercado) desprendiendo una brisa fresca. Parece vulgar, juguetea como un niño, pero se ha convertido en un inmenso tesoro para los demás...

Aunque propia del budismo zen, esta obra podría simbolizar "la lucha" y el discurrir de cualquier camino -de cualquier tradición- bien hecho.




1.- Perdido en los bosques y aterrado en las selvas,
está buscando a un buey que no logra encontrar.
Arriba y abajo de caudalosos ríos sin nombre,
en la espesa maleza de las montañas sigue muchos senderos.
Cansados los huesos, doliente el corazón, continúa su búsqueda
de este algo que hallar no puede.
Al anochecer oye el chicharreo de las cigarras en los árboles.



2.-Ha visto innumerables pisadas
en el bosque y a orillas del agua.
¿Distingue allá lejos la hierba hollada?
Ni los barrancos más hondos de las montañas enhiestas
logran ocultar la nariz de este buey que llega al mismo cielo.


3.- Trina un ruiseñor en la enramada,
fulgura el sol en las salcedas ondulantes.
Ahí está el buey, ¿dónde iba a poder esconderse?
¿Qué artista sería capaz de retratar
esa espléndida testuz, esos majestuosos cuernos?


 


4.-Tiene que atarlo corto y no soltarlo,
porque el buey es arisco todavía.
Ya arremete contra las cumbres,
ya se refocila en brumoso desfiladero.






 
5.- Tiene que tirar de la reata para que el buey no se le escape,
porque puede perderse en los fangosos tremedales.
Cuidado como es debido, se hace limpio y manso.
Sin rienda, sigue dócilmente a su amo.

6.- Cabalgando libre como el aire, vuelve regocijado a su casa,
a través de las brumas nocturnas con su capa y ancho sombrero de paja.
Donde quiera que vaya, levanta una brisa fresca,
mientras en su corazón reina una honda tranquilidad.
Este buey no necesita un solo tallo de hierba.

7.- Solo, a lomos del buey, logró volver a casa.
Pero, ¡he aquí!, que el buey ha desaparecido, y el hombre queda solo y sereno.
El sol rojo cabalga por el cielo,
mientras él sueña plácidamente.
Allá, bajo la techumbre de bardas,
quedaron su reata y su látigo ya ociosos.





8.- Látigo, rienda, buey y hombre pertenecen igualmente al vacío.
Tan basto e infinito es el cielo azul que no hay concepto
de linaje alguno capaz de llegar a él.
El copo de nieve no puede vivir sobre una hoguera crepitante.
Cuando se realiza este estado de mente,
se llega a comprender por fin
el espíritu de los antigüos patriarcas.




9.- Ha regresado al origen, ha vuelto a la fuente,
pero sus pasos no han sido en vano.
Es como si estuviese ahora ciego y sordo.
Sentado en su cabaña, no apetece las cosas de fuera.
Los ríos serpentean por sí mismos,
las flores rojas echan naturalmente capullos rojos.


10.- Desnudo el pecho y descalzo, entra el hombre en el mercado.
¡Está cubierto de barro y polvo, pero cómo sonríe!
Sin recurrir a poderes místicos,
hace florecer en un momento los árboles marchitos.




FuenteHojas de Hierba

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